Marina Heredia: Granada: La exquisita jondura Marina es dulzura y desgarro, buen gusto y matices, música sin géneros ni etiquetas. Marina viaja del rajo a la melaza, del trigo amarillo al vino rojo, yendo y viniendo, yendo y viniendo. De repente se para y entonces es jondura exquisita, historia y futuro, modernidad rabiosa y un presente espléndido, tranquilo. Su belleza albaicinera, su aire de niña socarrona y de mujer sensata, su voz inconfundible lanzan ecos que se meten dentro sin que uno se dé cuenta. Tarantos o rumbas, canciones o tangos, todo lo que ella toca habita en ese rincón oscuro de la belleza donde sólo algunos consiguen llegar. Ahí, en la belleza rara, es donde vive ella sin inmutarse desde que era adolescente y tenía un hilo frágil de voz que arropaba bailando como le enseñó su madre. Ahora es más sólida y suena más segura, ha subido un par de tonos y su garganta ha tomado tintes más claros pero por suerte guarda ese velo de misterio que hace aún más bonito lo que dice. Y además tiene ángel. Tiene ahe. Y empuje, eso lo saben hasta los alemanes. Une a esa inquietud su elegancia natural, ese porte juncalísimo, que afirma otra cosa: que Marina es flamenca, cantaora, artista de cuerpo entero, artista a la fuerza, fuerza de la naturaleza. Pero además estudia, y escribe, y piensa, y se enamora, y vacila, y por eso es única, sólo ella misma, sin parecerse a nadie, tan temprano. Aunque beba en las fuentes de las mejores aguas: Pastora, Camarón, Morente, y ahora también el anónimo e inolvidable jerezano Luis el de la Pica, de quien toma esas bulerías del desamor que valen un disco entero, si no una carrera. El caso es que Marina ya está aquí, con todo el tiempo por delante. Ha venido para alumbrarnos el camino, para que volvamos a creer en el romanticismo, a confiar en la calidad, a gozar de la artesanía pura y sencilla. Y para recordarnos la fuerza y la luz resplandeciente del mejor flamenco, ése que obliga a cerrar los ojos y a abrir las orejas y de paso nos ayuda, nadie sabe cómo, a soportar la mediocridad rampante, la globalización absurda, el enjambre de ruidos mediocres y de pensamiento cero que nos rodean. Disfrútenla en silencio. Y luego cuéntenlo.