IX FESTIVAL DE FLAMENCO VA SUCINA (MURCIA) DEL 15 AL 18 DE JULIO 2015

RECINTO EXTERIOR DEL CENTRO CULTURAL MUNICIPAL DE SUCINA
La Unesco declara el Flamenco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en Nairobi 16.11.10
El Ejecutivo de la Región de Murcia declara Bien de Interés Cultural inmaterial los Cantes Mineros y de Levante

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sábado, 20 de febrero de 2010

El arte inolvidable de un genio Feb - 20 2010

Feb 20
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lagazapera en General
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A Aurelia Avelar
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Caracol con 12 años, cuando ganó el Concurso de Granada.
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El próximo miércoles, día 24 de febrero, se cumplirán treinta y siete años de la muerte de Manolo Caracol, uno de los genios más grandes del cante jondo. Como cada año, cuando el frío de febrero nos trae el recuerdo de esta trágica pérdida, la Peña Flamenca Pies Plomo de Sevilla -cuya presidenta es Aurelia Avelar-, conmemora la efemérides con un recital del cante en su sede de la calle Dársenas. Será el domingo día 27 a las 13 horas. Este año, además, se anula el acto del monumento, como protesta por quedar esta peña excluida cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento poniendo juntos en la Alameda de Hércules a Caracol, Pastora Pavón y el torero Chicuelo. Ante tamaña chapuza municipal, esta peña ha decidido, con buen criterio, acabar con esa tradición. El recital de este año va a correr a cargo del joven cantaor chiclanero Antonio Reyes, seguidor de los cantes del maestro sevillano, al que acompañará el buen guitarrista jerezano Antonio Higuero.
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No nace un fenómeno como Manolo Caracol por generación espontánea o capricho de los todopoderosos del universo. Fue la culminación de algo que principió cuando ni siquiera habían nacido sus padres. En su extensa familia hubo cantaores importantes como El Planeta, El Fillo, Enrique Ortega El Gordo, El Mellizo y Curro Dulce, algunos de los forjadores de lo que hoy conocemos por cante flamenco. Bailaoras, toreros y carniceros: en su familia había mucho arte. Así que no es de extrañar que siendo todavía un niño le brotara de la garganta la venusta y vetusta flor del cante jondo. Se dio a conocer en el Concurso de Cante Jondo de Granada, celebrado en 1922, donde compartió protagonismo con el veterano Diego Bermúdez Cala, el Tenazas de Morón. Federico García Lorca, Manuel de Falla, Ignacio Zuloaga y otros intelectuales y artistas creyeron haber encontrado el eslabón perdido del cante jondo en el viejo y en el niño, a la sazón, ganadores del célebre concurso granadino. Fuera o no el eslabón perdido del cante gitano, el Niño de Caracol se convirtió en una estrella, en el nuevo Rey del Cante Jondo, como lo llamaban en los periódicos del país tras las conquista de Granada.
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Manuel Ortega Juárez nació en la sevillana calle Lumbreras, nº 10, el día 7 de julio de 1909. En el Corral de los Frailes, en plena Alameda de Hércules, que por entonces todavía era un lugar donde los artistas flamencos se buscaban la vida en sus cafés cantantes y reservados. El día en que nació el genio del cante no ocurrió en el mundo nada más trascendental. Seis días antes había nacido el escritor uruguayo Onetti, pero no le dio por cantar flamenco, sólo por escribir maravillosamente. El padre del niño, Manuel Ortega Fernández, conocido por Caracol el del Bulto (1880-1962), era también cantaor, pero de fiestas, y durante algún tiempo fue mozo de espadas de su primo el gran torero Joselito el Gallo. En lo que respecta a su madre, Dolores Juárez Soto, era hija de Gregorio Juárez Monje y de Francisca Soto Ramírez, los dos nacidos en Málaga. Las raíces familiares de Caracol no hay que buscarlas sólo en Cádiz, como siempre se ha hecho. También en Málaga, de donde parece ser que era su tatarabuelo Antonio el Planeta, que, según el propio Caracol, “fue el primer cantaor de la historia”.
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Pintura del Café de Novedades, donde Caracolito iba con su padre.
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Manuel Ortega sólo fue tres años al colegio, concretamente a uno que hubo en la calle Trajano, el San Luis Gonzaga, donde no era ni mucho menos un alumno aplicado, puesto que siempre que podía se escapaba para jugar al toro en la Alameda. Porque antes que cantaor, el pequeño prodigio de los Ortega quiso ser torero, como Joselito el Gallo y su hermano Rafael, que eran primos hermanos de su padre. Cuando Joselito era todavía novillero y vivía en la calle Santa Ana, en la Alameda de Hércules, lo visitaba con frecuencia para que le enseñara a mover el capote. En contraprestación, Joselito le pedía que le cantara por lo bajini, porque el chaborrí ya hacía sus pinitos. En el bautizo de un hijo de su tío El Cuco -Enrique Ortega Fernández, 1895-1926), banderillero y autor teatral, Caracol bailó para Joselito, que fue el padrino del niño, y le hizo mucha gracia al genial torero el estilo del angelito. Además de bailar en las fiestas familiares, le gustaba también escaparse en Semana Santa con los amigos del barrio para cantar saetas desde los balcones. Todo esto lo hacía sin que lo supiera su padre, que conocía demasiado bien el paño como para querer que su hijo se dedicara a este arte como profesional.
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Muerto Joselito el Gallo (1920), Caracol padre decidió alejarse del toreo y regresar a las fiestas de los señoritos aficionados. Era íntimo amigo de Don Antonio Chacón y un día, el maestro jerezano le preguntó que si conocía a algún cantaor joven al que pudiera llevar a Granada, al concurso que Federico García Lorca y Manuel de Falla estaban organizando para salvar del mercantilismo al verdadero cante jondo. Se lo preguntó en presencia de Caracolito, quien vio la posibilidad de que su familia descubriera ya lo que quería hacer en la vida: cantar flamenco, pero no en las fiestas, como su padre, sino en los teatros, a los que solía ir para escuchar a la Niña de los Peines, el Niño Medina y Manuel Torre. Como sabía que Chacón estaba hospedado en el Hotel Roma, que estuvo en la Plaza del Duque, por la mañana se fue a verlo y le dijo sin rodeos que quería ir al concurso de Granada como participante. Chacón se quedó algo turbado porque nunca le había dicho su amigo Manuel que Manolito cantaba. “Me tienes que cantar algo”, le dijo Chacón. Como no había un guitarrista a la mano, Manolito le propuso la debla por martinetes o una saeta, y el maestro se quedó helado. “¿Tú sabes cantar esas cosas, niño?”, le preguntó. Ni corto ni perezoso, el gitanito comenzó a templarse por tonás y Chacón se llevó las manos a la cabeza. Se levantó de la cama, se vistió y, con el chiquillo de la mano, se fue a la Alameda a buscar a su amigo Manuel y le dijo: “Escucha lo que te voy a decir. No sé por qué no me habías dicho nunca que tu hijo cantaba; pero te puedo asegurar que va a ser el genio del siglo. Te lo digo yo, que sé algo de esto…”.
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¿Tan bien cantaba Caracol con 12 años, que maravilló con su estilo a todo un Chacón? No lo sabremos nunca, puesto que no hay ningún disco suyo con esos años. Pero una cosa es innegable: Chacón no se equivocó al decir que iba a ser el genio del siglo. No solía equivocarse en sus predicciones. Concursó en Granada, convenció a los miembros del jurado -presidido por el propio maestro jerezano, quien apostó claramente por Caracolito-, compartió gesta con El Tenazas y regresó a Sevilla convertido en una nueva figura del flamenco, con mil pesetas en el bolsillo y un diploma.
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Caracol con un hermoso terrier.
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En Granada conoció a la bailarina Antonia Mercé La Argentina, con la que poco tiempo después del certamen hizo una gira por Andalucía, con el populista García Sanchiz como conferenciante. Pero aprovechando la fama que le había dado el concurso granadino, se puso en las manos de algunos empresarios y comenzó a hacer realidad su deseo: el de cantar en los teatros. Lo hizo por primera vez en el Reina Victoria de Sevilla, con el otro ganador del concurso, El Tenazas de Morón. Y sin tiempo para meditarlo, de Sevilla se fue a Madrid para debutar el día 3 de agosto de 1922 en el Teatro del Centro, hoy Teatro Calderón, donde logró un gran éxito de público. Se había convertido en una joven estrella del cante desde lo de Granada. Tras pasar por varias compañías cantando con artistas de la talla de la Niña de los Peines, Manuel Torre y el Cojo de Málaga, entre otros, en 1930 se decide a grabar sus primeros discos, eligiendo para ello el sello Odeón. Con sólo 21 años de edad y una dilatada trayectoria artística a sus espaldas, grabó seis discos con Manolo de Badajoz a la guitarra, y su fama creció como la espuma. En estas primeras grabaciones se aprecia ya una calidad innegable, además de las influencias de los tres monstruos de la época, Chacón, Tomás y Manuel Torre, en cantes como las seguiriyas, las soleares y las granadinas. Y de Pepe Pinto, El Carbonerillo, el Niño de Marchena, el onubense Pepe Rebollo y su tío El Almendro, en los fandangos.
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En este mismo año se casa en Sevilla, delante del Señor del Gran Poder, con la hermosa jerezana Luisa Gómez Junquera, de su misma edad: sólo 21 años. Con un padrino famoso, el torero Cagancho, de los Cagancho de Triana. Viven los primeros cinco años en Sevilla y en 1935 se afincan en Madrid definitivamente, en un piso de la calle Duque de Sesto, 14, que el cantaor le compró al torero mexicano Solórzano.
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La llegada de la Guerra Civil de 1936 abrió un paréntesis en su carrera, como le ocurrió a otro cantaor de su generación, el Niño de Marchena, con el que tuvo una gran amistad desde muy joven y, dicho sea de paso, algún que otro disgusto. Pasó la contienda en Madrid con la Niña de los Peines y Pepe Pinto, participando con ellos en algunos homenajes y espectáculos, porque apenas si se celebraban fiestas, que era donde Caracol ganaba mucho dinero y se movía como pez en el agua. Terminada la guerra (1939), el Niño de Caracol -así se lo anunciaba entonces en los carteles- es la figura principal y el empresario del espectáculo Luces de España, con el que recorre casi todo el país. En este espectáculo iban con él Custodia Romero, el bailaor Rafael Ortega, su primo, y la canzonetista Carmelita Caballero, además del guitarrista Melchor de Marchena y Caracol padre. Caracol ya hacía estampas escenificadas en este espectáculo, como Romería del Rocío y La Toná de la Fragua, algo que le gustaba mucho hacer porque se podía mover por el escenario y actuar ante el público como si fuera un actor de comedias.
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Allí empecé a escenificar el cante flamenco, en el teatro”, declaró una vez, “para que fuera más comprensible (…) Todo salió de mí. Yo fui el que les dio a los autores la mayoría de las ideas para que hicieran la música y la escenificación….
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Caracol con Lola montando a caballo.
Con la experiencia ya de un cantaor hecho y famoso, en 1943 lo visita el empresario Adolfo Arenzana y le propone hacer pareja artística con Lolita Flores, que entonces apenas era conocida y se hacía llamar Imperio de Jerez. El propio Manolo Caracol habló años después del asunto:
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Cuando yo la conocí a ella, yo ya era artista y llevaba bastante tiempo; sin embargo ella no lo era. No quiero decir que ella no fuera artista genial y extraordinaria. Y conseguimos los triunfos mayores que se han conocido en el folclore español, en este género.
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En efecto, Zambra, el primer espectáculo de esta pareja explosiva, única e irrepetible, abrió una etapa nueva en el mundo del espectáculo, de la canción española y del flamenco. Caracol recibió duras críticas por su atrevimiento, pero nunca tuvo muy en cuenta las críticas y estuvo casi diez años junto a Lola Flores llenando todos los teatros del país. Canciones como La Niña de Fuego, por ejemplo, se hicieron tan famosas en todo el mundo que no había emisora de radio que no la pusiera varias veces al día. Y es que, como él mismo dijo en reiteradas ocasiones, “se puede cantar con orquesta y hasta con una gaita”. Por eso, si entonces hubo quienes criticaron sus zambras escenificadas, en nuestros días no hay quien las discuta. Sobre todo, porque además de zambras y canciones más o menos flamencas, Caracol era un cantaor genial en muchos palos del cante jondo, creando escuela en muchos de ellos y, lo que es más importante, una forma de quejarse y de estar en el cante.
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Un cantaor de cine
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Zambra consagró a Lola Flores en la canción y le dio una fama a Manolo Caracol que hasta entonces no tenía. Esto le facilitó también la posibilidad de hacer cine. Un año antes del estreno de este espectáculo, en 1942, el cantaor ya apareció en una película, Un caballero famoso, con Amparo Ribelles. Pero hasta 1946 no haría un papel de verdadero protagonista, en Embrujo, película creada para explotar comercialmente a la pareja artística de moda. Su director, el entonces joven Carlos Serrano de Osma, contaba la historia de un cantaor que se enamoró locamente de una bailaora, el papel que encarnaba Lola. La cinta tuvo una gran acogida en las taquillas, aunque pocas críticas buenas. En 1950 rueda Jack el Negro, del director Julien Duvivier, donde tiene poco protagonismo; y un año más tarde, con la pareja ya en crisis profesional, La niña de la venta, de Ramón Torrado, cinta llena de tópicos andaluces en la que Caracol da vida a un tabernero que vela por la seguridad y el bienestar de su sobrina, papel que encarna una Lola Flores guapísima y pletórica de arte y gracia.
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Caracol con su hija Luisa Ortega, una gran artista hoy olvidada.
Después de casi diez años de estrecha colaboración artística y tormentosa relación sentimental, la pareja se rompe y cada uno tira por su lado. Lola Flores estaba en todo su apogeo y Caracol comenzaba a tener algunos problemas en la voz, pero seguía siendo un cantaor genial y de un gran tirón popular. Sustituir a la gran artista jerezana no era tarea fácil y había que hacerlo para seguir llenando los teatros. En el inicio de los años cincuenta había grandes canzonetistas, pero muy pocas habrían aceptado, al menos de las consagradas, ser la pareja artística del cantaor sevillano, sobre todo después de todo lo que se sabía que había ocurrido entre él y Lola. Caracol se decide entonces por su propia hija, Luisa Ortega. La hace debutar en la Parrilla del Hotel Cristina, de Sevilla, con tanto éxito que en seguida comienza a elaborar su nuevo espectáculo, La copla nueva, en el que también participan sus otros hijos, Enrique, Lola y Manuela. Con este espectáculo vuelve a recorrer todo el país y muchas ciudades de América y México.
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Cansado de andar caminos, de llenar teatros y de ser famoso, en 1958 emprende una labor distinta y graba Una historia del cante, antología discográfica de dos discos en la que demuestra, por si había alguna duda, la clase de cantaor que era. En 1963 inaugura en Madrid Los Canasteros, un tablao que hizo historia y en el que hizo debutar a muchas de las figuras del cante y el baile de nuestro tiempo. Aunque no deja de hacer espectáculos junto a sus hijos y de cantar en otros tablaos. Y tras una década de dedicación a la familia y reconocimientos importantes a su carrera, le llega la muerte de la forma más absurda, el día 24 de febrero de 1973. Murió a las once de la noche de este fatídico día a consecuencia de un accidente de automóvil cuando se dirigía desde su residencia, en la carretera de la Coruña -a la altura del puente de Los Franceses-, al tablao de su propiedad. Al parecer, al tomar una curva y debido al fuerte viento de la noche, el Mercedes en el que viajaba, conducido por su chofer, Isidro González Gámez, del pueblo jiennense de Linares, derrapó y fue a estrellarse contra un poste. El gran cantaor murió en el acto, y el chofer tuvo que ser ingresado con heridas leves. El artista fue llevado primero a la Casa de Socorro de Aravaca, y después, una vez confirmada su muerte, al domicilio familiar, Villa Abuela Luisa, donde en seguida comenzaron a llegar amigos, artistas y autoridades. Fue enterrado al día siguiente en el Cementerio de la Almudena de Madrid ante la presencia de cientos de personajes famosos de la política, el flamenco, el toreo, el cine y el teatro. Estuvieron todos menos Lola Flores, que tomó la decisión de no acudir para evitar malos tragos. Para La Faraona, según confesó en sus memorias, éste fue uno de los golpes más duros de su vida, por lo que el genio representó para ella.

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